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lunes, 9 de septiembre de 2013

Niño mariposa I: Oruga.

-Mira mami, un gusanito.
-Hijo, venga, llegaré tarde al médico y tendremos que esperar.
El pequeño recogió el pequeño bicho en sus regordetas manos infantiles y corrió hacia su madre, que no se había detenido en ningún momento.
Está se paró y empezó a toser fuertemente. Llevaba meses así y últimamente empezaba a empeorar.

En la sala de espera Guille se puso a jugar con el gusano. Era de color  verdoso, tenía unos ojos negros.
Su madre le preguntó si lo podía coger, y pronto el animal cambió de manos.
-Hijo, creo que es una oruguita pequeña como tú. Pronto se convertirá en una hermosa mariposa, pero antes tiene que crecer.
A Guille se le iluminaron sus ojos azules y sonrió. ¡Una mariposa! Tenía una futura mariposa en sus manos.
-Señora García Versalles, pase, le toca su turno.


Al entrar el doctor la pidió que se sentase. Tenía mala cara. Algo había pasado.
La madre de Guille le pidió que saliese un momento y este la obedeció sin rechistar.
En su bolsillo asomaba un gusano impaciente por oír la respuesta, como él.

Al principio solo se oyeron voces y palabras largas de raros significados.
Luego vinieron los lloros. Y las toses.
Otra vez las malditas toses.


En casa su madre lloraba en la cama. A veces se levantaba y daba vueltas por el cuarto, pero llegó un momento en el que ya no tuvo fuerzas ni para reír.
Era como si la estuviesen comiendo por dentro. Cada día más delgada, más ojerosa, más pálida…
Guille se empezó a encerrar en sí mismo.
No quedaba con los amigos por temor a que su madre se pusiese peor y él no estuviera en casa. Si eso pasaba toda la culpa sería suya. Toda.
Su padre solo tenía ojos para el trabajo y llegaba a veces a altas horas de la noche, y todo por un jefe que cobraba más que el doble que él y que le retenía ante todo.

En el cuarto de Guille, el del final del pasillo, en un tarro de mermelada de fresa ya acabada y sin etiqueta había metido a la oruga con flores y hojas del parque, que se iban marchitando poco a poco como su madre.

Hubo un momento en el que todo decayó, y una noche tuvieron que llamar a la ambulancia.
Guille llegó al hospital con un tarro bajo el brazo. La oruga, dormida, iba en él.
Su madre fue encerrada en un cuarto bajo la vista de los doctores y Guille se quedó sólo con el tarro y su padre.
Este no paraba de dar vueltas y cada cierto tiempo, miraba su reloj de pulsera murmurando palabras que hacía que a Guille se le saltasen los ojos de sus pequeñas órbitas.
Guille se acurrucaba una y otra vez en los incómodos asientos con el tarro en los brazos. La oruga, ya despierta, comía y comía, sin mirar a los lados, ignorando todo lo malo. Como si no quisiese escuchar lo que pasaba a su alrededor.
-Oruguita, yo se que mamá se pondrá bien. Un día iremos todos al monte, para que veas los árboles más grandes que hay. Y mamá será la de siempre. Y papá llegará pronto del trabajo sonriendo. Y todo volverá a ser como antes.

Pero Guille se equivocaba.
Esa fría noche de abril murió una esposa. Una madre. Una persona.
Y los ojos de Guille se oscurecieron hasta parecerse a los de la oruga, perdiéndose en el limbo.

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3 comentarios:

  1. Increíble.
    Me encanta la sensación que transmites, se nota el que creer que no es nada, que pasa por asumir que es algo (un problema importante) y finalmente el saber que todo ha acabado. Pero claro con la inocencia de un niño que quiere que su mamá siga adelante.
    Me encanta como escribes...
    Por cierto te nominé a un premio, básicamente por lo que dije, porque me encantas como escribes...
    http://algomasqueuninfinito.blogspot.com.es/

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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