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domingo, 25 de mayo de 2014

Seis sonrisas y una lágrima (II)

La echo muchísimo de menos. Debo reconocer que a veces lloro por su ausencia.
No se como puedo añorar tanto a alguien que sólo has visto 3 veces. Veces contadas con los dedos de mi mano. Con piedrecillas, con canicas y juguetes rotos. Con gotas de agua, dulce y salada.
Sólo tres veces.

Al día siguiente tendría que haber vuelto a la playa, pero no fue así.
Enfermé de sarampión y me quedé en cama más de una semana.
Me acuerdo que empecé a escribir un comic titulado “Puskas, ella y yo” y que trataba de lo que haríamos los tres cuando nos volviésemos a ver.
En unas viñetas navegábamos y en otras hacíamos castillos de arena. En otras jugábamos con las paletas y dos viñetas más adelante buscábamos cangrejos entre las rocas.
No sé qué sucedió cuando me curé. Me acuerdo que salí corriendo de casa y me fui a la playa, pero esta estaba vacía.
Ya no había gaviotas. No se oían ni siguiera las olas.
Se habían marchado con ella.

Pasaron los años y me iba haciendo más mayor. Cada año volvía a la playa a buscarla, pero ella ya no estaba.
Un día, pasados 5 años desde la última vez que la vi, cuando ya había perdido toda la esperanza, salí a pasear por la playa de este a oeste.
En la arena sólo quedaban parejas de ancianos que descansaban tomando los últimos rayos del sol. Seguramente más de uno sabría que esos rayos eran los últimos que tomarían en su vida y querían aprovecharlos.
Yo andaba despacio, con Puskas a mi lado atado a una correa más larga.
Pero volvió a ocurrir lo mismo que aquella vez y en un momento de confusión salió disparado.
Sin embargo, en vez de lanzarse al agua, corrió hacia una chica que tenía sus pies metidos en la orilla y miraba al horizonte.
No recuerdo cómo fue, pero la reconocí, seguramente debido a ese pelo rojo fuego que ya le llegaba hasta su cintura.

Iba a decirle algo, pero Puskas me interrumpió saltando sobre ella y tirándola al agua.
¡Puskas no! Grité y corrí hacia ellos dos, separando al bicho de la joven a la que se aferraba tanto.
Le cogí por las dos patas que tenía libres y le lancé lejos de nosotros dos (Sonará un poco cruel, lo se, pero fue lo único que se me ocurrió en aquel momento).
Ayudé a la chica a levantarse. Estaba empapada de pies a cabeza, en su pelo había algas  como las que tuve yo un día hacía cinco años.
Su vestido empapado mostraba unas curvas que antes no estaban ahí, pero seguía siendo la misma chica que lloraba.
¿Qué haces aquí a estas horas? Le dije mirándola de arriba abajo.
Te estaba esperando, me dijiste que volverías y no volviste. Su voz sonaba triste. No debí haber confiado en ti.
Me sentía fatal, desdichado. 5 años esperándola, esperando volver a ver a una persona. Mentira, mentira. Volví a buscarte y no estabas. Y vine cada año aquí esperándote. Ella se acercó a mí y me abrazó con sus brazos mojados y fríos. Tenía cortes en ellos.
Le agarré las muñecas. ¿Y esto? Le grité. No es nada, de verdad. Me contestó con su voz triste.
A veces tengo la sensación de que nadie me quiere, de que soy alguien que no debería existir. Para librarme de esos pensamientos me hago esto. Creo que algún día desapareceré por el error de una cuchilla y nadie me echará en falta.
Prolongué mi abrazo más de un cuarto de hora, apretando la mandíbula contra su cabeza para no empezar a gritar, y quién sabe si, a llorar.
Yo te echaría en falta, en serio. No desaparezcas de mi vida por favor.
Sé que estas palabras las susurré en voz muy baja. Seguramente no las oyó, o si las oyó se calló la boca.
Cuando al fin me separé de ella la miré a los ojos. Unos ojos verdes como la maleza de mi jardín, que se extendía por todas partes.
Ella me miró a mí.
¿Sabéis? Dos miradas bastan para entender a alguien, o para comprender a esa persona. Puedes querer con la mirada. Y abrazar a alguien, incluso besar y amar hasta el fondo del corazón. Hay miles de miradas cada día, y cada una expresa algo distinto, aunque sea por un átomo en el brillo de la mirada.
Las miradas más hermosas son las de una persona amando a otra. Una mirada de estas puede llegar a hacer que desaparezca el cielo, y dos miradas correspondidas hacen que el universo deje de existir, aunque solo sea un momento.
Estas fueron nuestras miradas.

Después sonreímos a la vez, otras 2 sonrisas que llegaron al fondo de mi alma.
Guardé las cuatro sonrisas que llevábamos en una cajita de plata tallada a mano. Me despedí y me fui con esa caja entre las manos, llevándola con cuidado para que no se cayese.
Ella me observó desde la arena alejarme.
Tenía un brillo en sus ojos color maleza que, debo reconocer, nunca volví a ver en ninguna otra persona.

Creo que dije algo como que volvería al día siguiente.
Pero se me olvidó que el día siguiente nos mudábamos fuera de la ciudad. Creo que ese olvido fue el peor de todos. Sobre todo porque todavía me lo sigo echando en cara. Y eso que han pasado años de aquello.

Última parte aquí

domingo, 18 de mayo de 2014

Seis sonrisas y una lágrima (I)

Todavía me acuerdo de ella, de su forma de hablar, de correr, de andar... De sus labios, de sus ojos, de su pelo ondeando en el viento marítimo. Un aire con olor a aguas saladas, a playa y a libertad...
Creo que lo que mejor recuerdo es su sonrisa. Era una hermosa curvatura de dos labios color rosa entreabiertos, enseñando dientes perlados. Cuando sonreía se le formaban unas arrugas en la cara y alrededor de los ojos que hacían que tú sonrieses más. Y al verte así, sus labios aumentaban de longitud.
Así hasta formar una sonrisa infinita.

Nuestra primera sonrisa fue el verano de hace 15 años, casi 16 para ser exactos. El primer verano en el que me dejaban quedarme en la playa hasta que anocheciese, el verano en el que pasé mi tiempo mayoritariamente en la calle con los amigos, el verano de mi primer amor... Ese maravilloso verano.
Ocurrió una tarde de agosto, cuando el sol se estaba ocultando tras las olas aguazules del mar. Yo en aquel entonces tenía 12 años y todavía jugaba con los trastos en la arena intentado crear un castillo enorme, como los que hacían en los concursos de castillos de arena. De esos que tú crees que no se van a derrumbar nunca y que permanecerán ahí para siempre.
Aquella tarde saqué de paseo a mi perro por la  playa. Lo solía hacer por las tardes para poder ver cómo el sol desaparecía en el horizonte.
Mi perro se llamaba Puskas, era pequeño y muy juguetón. Lo fue hasta el año pasado, que cerró los ojos para siempre un día nublado de abril.
Paseábamos por la arena en silencio, oyendo las olas y las gaviotas.
Me fijé en que, cerca de la orilla, se encontraba una niña de más o menos mi edad. Su pelo rojizo aumentaba en fogosidad debido al color del sol en ese momento. Unos ojos claros buscaban entre la arena mientras que con las manos revolvían todo buscando algo, seguramente una muñeca o un juguete que habría perdido.
La arena en la que buscaba se mojaba por sus lágrimas.
Sus padres no estaban a la vista. Eso me pareció raro.
Hubo un momento en el que, viendo que me había distraído, Puskas se me escapó de la correa y fue directo al agua, dispuesto a darse un chapuzón de última hora.
Corrí todo lo que pude tras él, pero el enano corría cual guepardo y saltó al agua. Segundos después también me metí yo en esa profunda bañera salada, en busca de un perro que se alejaba a nado de la orilla.
Le enganché de una pata mientras escupía agua. Un alga rodeaba mi cabeza y me daba aspecto de monstruo de mar.
Volví a la orilla casi arrastrándome a la vez que Puskas gruñía y ladraba pidiendo más tiempo en el agua.
Al salir, la niña que había visto antes llorar por habérsele perdido algo me miraba de arriba a abajo.
Sus profundos ojos verdes me observaban mientras las lágrimas que quedaban en su mejilla se evaporaban hasta desaparecer.
Primero fue un silencio lleno de incomodidad por mi parte, pero este se rompió con una profunda carcajada que salió de la niña. Esa risa me llenó de energía y encendió una chispa en mí. Enseguida estábamos los dos riéndonos tirados en la arena y jugando con el perro.

En cuanto el sol desapareció me di cuenta de lo tarde que se nos había hecho, seguramente me caería bronca en casa no solo por la hora, sino por mi aspecto.
La miré y ella me miró. Ambos pensábamos en lo mismo. Teníamos que volver.
Me despedí de ella con una sonrisa de oreja a oreja. Le dije un otro día nos veremos. Y ella me miró de una forma extraña. ¿Me quieres volver a ver? Sus ojos reflejaban alegría, y luego dudaban sobre si era verdad lo que decía.
Te lo prometo. Si no es mañana será pasado.

Ella me sonrió con dulzura.
Yo le sonreí.
Dos sonrisas son suficientes para crear una amistad. Dos sonrisas bastan para entenderse. Dos sonrisas pueden hacer que el cielo arda. O que caigan flores del cielo. O que llueva sobre dos personas que sienten haber perdido.
Dos sonrisas valen todo lo que puedas imaginar y más. Sobre todo si son inocentes e infantiles. Si son puras y expresan una sensación única. Si reflejan un mismo pensamiento junto a un mismo sentimiento, que danzan acompasados esperando a que llegue algo y pidiendo que no llegue nunca.
Y, en el fondo, sólo son dos sonrisas.

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miércoles, 14 de mayo de 2014

Reseña "Sístole y Diástole"

Título: Sístole y diástole
Autor: Antonio Bosch Conde
Editorial: Éride
Páginas: 352

Portada y sinopsis:

«Cuando sacudió la cabeza para apartarse el pelo que le caía sobre los ojos, esa hilera perfecta de cabello se movió con alegría. Me parecía que iba a cámara lenta. No utilizaba las manos, porque las tenía entrelazadas debajo de la barbilla, mientras que sus codos se apoyaban en las rodillas.Su mirada se iluminaba por ese iris de verde oscuro intenso con reflejos más claros, aceitunado y brillante en el que te podías perder gracias a su poder hipnotizador».

Dos niños se conocen en un verano de los años 80. Juntos, descubren la vida, el valor de la amistad y el amor. Testigos accidentales de un asesinato, sus caminos se vuelven a cruzar dos décadas después.
Sístole y Diástole narra dos tiernas y emocionantes historias que aceleran el corazón del lector; a partes iguales apasionante y emotiva, el autor, con maestría admirable, nos embauca en una aventura de amor, intriga y vendetta.



Opinión personal:
Empecé a leer este libro hace como una semana. Tras leer la sinopsis y ver la portada pensé: Bueno, será una historia de amor de dos niños que se encuentras al cabo de 20 años y eso.
Pues NO. La portada y la sinopsis engañan al retratar una imagen de amor (no ve van a decir ustedes que la imagen de un chico y una chica, o la descripción de una joven hecha con ojos enamorados no da  a entender que se trata de algo fuera de amor). Trata de dos chicos, Juan Peña y Juan Castro. Que se conocen siendo niños cerca de Valencia.
Esta novela no solo engaña a la vista, si no al leerla defrauda bastante.
Se trata de una novela "histórica" y los primeros capítulos son más que descriptivos. Lo que me ha fastidiado la ensoñación de revivir el pasado es nada menos que,  en medio de la descripción te ponía algo tipo: "...y en ese lugar hoy está el Hotel de 4 estrellas Don Augusto".
Pongo un ejemplo sencillo para los que no lo capten:
Segovia en el año 789 D.C. era un lugar hermoso a la vista de todos. Los campesinos nuevos entraban a la ciudad por la calzada, vestigio de los romanos. Al entrar en la ciudad, los desconocidos se dirigían a la posada, justo donde hoy se encuentra el Bar Espliego, en la calle Joaquín redondo...
¿Veis? Rompe toda la armonía de la escena. 

La novela está separada en dos partes: Sístole la primera, donde narra la infancia de estos dos muchachos y Diástole la segunda, que cuenta actualmente lo que pasa.
Sístole está narrada en primera persona por uno de los muchachos, y al empezar Diástole la forma de escribir no cambia. El fallo está en que el empezar a leer la segunda parte se da a entender que sigue hablando el mismo muchacho que narra en la primera. Pero no, en mitad de Diástole te das cuenta que la narra el otro chico. Y ahí tienes que volver a empezar porque no te has enterado de nada.
El trasfondo está bien: una historia de mafia y familias asesinas que buscan acabar de una vez.
Sinceramente, creo que este libro podría haber sido muchísimo mejor, pues la historia en sí no está mal, lo que falla a mi parecer es la forma de redactar: en algunos momentos te engancha y otros son (con perdón de la palabra) un auténtico coñazo.

Le doy 2/5 puntos.


miércoles, 7 de mayo de 2014

La voz



Y piensas que todo ha cambiado. Que no volverá a ocurrir lo mismo otra vez más. 
Pero esos sentimientos siguen estando ahí aunque no quieras. Aunque todo ya haya terminado, aunque no volváis a estar juntos nunca más...

Lo primero que haces es intentar aceptar la derrota, admitir que has perdido la batalla más dura para tu corazón. Vuelves a hacer tu rutina con una sonrisa en el rostro, ya quemado por las lágrimas saladas que lo cubren día tras día y noche tras noche.
En cuanto van pasando las semanas empiezas a aceptar que todo acabó, que ya no hay nada entre los dos.
Pero algo en ti grita, diciendo que mientes, que todo no ha acabado.
Aunque no quieras, en el fondo te sigue gustando. Le  sigues queriendo. Acéptalo de una vez.
Pero tú no quieres aceptarlo e intentas continuar con tu vida, ignorando esa pequeña voz que cada vez se hace más grande y más potente.

Y cada vez que le dices a la gente un 'estoy bien, todo eso ya es pasado' la voz se vuelve enorme e intenta escapar de tu cuerpo por tu boca. Y tú la cierras como un candado, tragándote esa voz que desaparece en las entrañas de tu interior.

Día tras día la voz continúa ahí, escondida en el lugar más remoto ahora mismo para ti, al que no te quieres acercar por los recuerdos que se hayan en él: tu corazón.
La voz empieza a desaparecer al igual que todos esos recuerdos. Es entonces cuando, de pronto aparece otra persona en tu vida que vuelve a ocupar ese lugar tan especial.



Y piensas que todo ha cambiado, que tú ya eres feliz y lo has olvidado. Piensas que ese dolor que sentiste no volverá a ocurrir. Que nadie te volverá a dañar de ese modo en que lo hicieron.
Y una voz ya bien conocida para ti muy en el fondo de tu pecho susurra una palabra:
Mentira.


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