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lunes, 5 de agosto de 2013

Sonrisa acartonada.



Ella volvió corriendo a casa.
Al subir los escalones del portal se tropezó debido a la herida que tenía en la rodilla después de la patada.
Ya en el ascensor, miró su imagen, muy descuidada ultimamente.
El pelo lo tenía grasiento y las ojeras se le marcaban mucho debido a todas esas noches sin apenas dormir.

Abrió la puerta de su casa con la mano izquierda. La derecha estaba vendada.
La casa estaba vacía. No se oía nada. Parecía una película de terror.
Pero a ella le daba igual.

Corrió cerrando la puerta tras de sí.
Dejó la mochila en la puerta de su cuarto y se encerró en él.

Se desnudó delante del espejo.
Recorrió con sus dedos cada moratón. Cada pinchazo. Cada patada y cada puñetazo.

Se puso el pijama largo con cuidado  y con maquillaje tapó las heridas que resaltaban en su piel.

Cogió el libro y lo abrió.
Este estaba muy gastado, pero aún mantenía su olor a nuevo.
Lo abrió por una de las páginas marcadas.
Y allí estaba él.
Con su sonrisa acartonada de dientes de marfil.
Ella se ruborizó.
Abrió otra página. En esta, él era descrito como un chico sonriente de cara al público, pero que ocultaba sus miedos y preocupaciones.
Dos páginas siguientes la llevaron a cuando él conocía a la protagonista de la historia, una chica marginal pero que agurdaba cada día nuevo con una sonrisa.

La jóven sonrió y una lágrima surcó su mejilla,
Cada golpe, cada paliza, cada ematoma y cada noche llorando en silencio cruzó su mente.
Todo le daba igual, porque él la daba fuerzas.
Con esa sonrisa tan imposible de describir y esos ojos verdes.
Con ese pelo tan enmarañado y oscuro.
Solo una imagen valió para que se enamorase.
Solo un libro para que todo lo aguantase.