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viernes, 20 de diciembre de 2013

Llamando a las puertas del cielo.

A mi abuela siempre le gustó la música. Según me contó, el día que nació, una mañana de niebla y casi lluvia, sonaba una canción de Glenn Miller, In The Mood. Creció en un lugar pobre, pero gracias a los esfuerzos de su padre, mi bisabuelo, consiguió ir a clases de piano.
Al final acabó yendo al conservatorio y se convirtió en una hábil pianista que tocó desde al pueblo llano hasta a reyes y reinas de países lejanos. ¡Una vez tocó hasta con el mismísimo Louis Armstrong! 
Llegó a ser una de las mejores músicos del mundo, pero en cuanto nací se quitó de tocar y se dedicó a cuidarme como no pudo hacer con mi padre por los conciertos.

Yo era su único nieto, ella me quería muchísimo.
Cuando mis padres tenían que ir a la oficina me quedaba con ella. Eso me encantaba, me gustaba oírla cantar en cualquier momento, parecía un ángel al que la edad se le iba llevando poco a poco.
Ella sabía muchísimo sobre música, todas las noches me narraba una historia de algún compositor o músico. O simplemente me contaba lo que había ido aprendiendo con la edad.


Decía que para cada momento hay una canción que lo haga único.
En ocasiones ni siquiera eran canciones, sino un conjunto de sonidos que formaban una melodía, como los pájaros, las hojas moviéndose y el río, que juntos formaban la Melodía del Bosque.
Me contaba que a veces pasaba algo y la música que en ese momento sonaba marcaría un antes y un después.
Desde entonces siempre mantenía las orejas abiertas a cualquier tipo sonido.

No se me daba bien música en el colegio, la solía aprobar con cincos raspados, pero a oír y a sacar melodías de la nada nadie me ha conseguido ganar.
¿Alguna vez os habéis quedado en algún lugar quietos, callados y con los ojos cerrados?
Al principio no se suele escuchar nada distinto, pero cada segundo algo se mueve y cambia. Y eso forma un sonido único.
Así no hay dos gotas de lluvia que al caer hagan el mismo sonido ni dos hojas que, movidas por el viento creen la misma sonata.
Incluso el tráfico a hora punta llega a ser hermoso. Es la melodía de todas las mañanas en Madrid, coches y más coches.

Hay una frase de mi abuela que siempre recordaré: "Cuando pase algo malo, no odies la canción, odia a lo que te hizo daño. La música no merece ser odiada sino recordada pues forma parte de la melodía de nuestra vida".
Para mí las tardes con ella fueron mi mejor tiempo.
Hasta ayer, cuando tuvo el accidente.
.........

Vi el mensaje de mis padres, ahora llegarían al hospital.
-Abuela, ¿Se encuentra mejor?
Respiraba muy profundamente, la neumonía le había dado fuerte.
-Niño... Mi niño... Mi nieto... De esta no salgo. Pero no llores, sonríe. Voy a irme pronto, espero que nunca te... -Una tos hizo que tuviese varios espasmos en el cuerpo-... Te olvides de esa vieja que te enseñó la verdadera música... Debes transmitir ese don a tus hijos y nietos... Que nunca muera la banda sonora de nuestra vida. Anda, pon un poco la radio, a ver si dicen algo nuevo de los politicuchos estos.
La hice caso mientras intentaba aguantarme las lágrimas para que no me viese triste.
Busqué una emisora de música, y en cuanto la encontré subí el volumen.
Mi padre había pillado tráfico y puede que no llegase a tiempo de verla una última vez.
Mi abuela abrió los ojos para me mirarme profundamente y me besó la mano. Me dijo adiós con la mirada y cerró los ojos.
Justo en ese momento, quién sabe si fue algo del destino o el último mensaje de ella, empezó a sonar una canción muy reconocida mundialmente en todas sus versiones.
Knockin' on Heaven's Door.
Las enfermeras pasaron a la sala a llevarse el cuerpo sin vida de mi abuela mientras yo lloraba a lágrima viva.
Al poco tiempo se abrió la puerta y entró corriendo mi padre. Buscó a mi abuela y no la vio.
-Hijo... Hijo mío. ¿Dónde está mi madre? ¿Dónde está tu abuela?
En ese momento me giré con ojos acuosos y le contesté mientras sonaban los últimos versos de la canción.
-Llamando a las puertas del cielo.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Enamorarse.

Andas por la calle con la cabeza agachada entre todas las personas. Unas van en tu sentido y te empujan hacia él mientras que otras van en sentido contrario o se paran, lo que hace que frenes.
Tú no levantas la cabeza. Para qué si ya sabes lo que vas a ver.
Coches, humo, personas de todos los tamaños…
Nada cambia, la ciudad gira en un ritmo constante.

Gris.
Todo es gris.
Y tú también lo eres, junto a todos los demás.
Muy pocos afortunados consiguen dejar de ser grises en este mundo.
La vida pasa lenta junto a ti, siempre igual.

Y tú sabes que eres gris, que no eres de color como esos venturosos que arriesgan su vida por otra persona.
Todos nacemos de color pero acabamos quedándonos sin él y convirtiéndonos en otro más.
Sabes que si desaparecieses nada cambiaría para nadie, ninguna de esas personas diría: “Oh, ya no está, ¿Qué fue de esa persona que siempre miraba hacia el suelo?”
Nadie te pregunta por qué agachas la cabeza, si te lo preguntasen tú sabrías que responder.
-¿Para qué?- Dirías-. Para ver siempre las mismas caras grises de cansancio y humo, y coches. Y nadie feliz, menos esos que consiguen salir de este insípido color grisáceo.

Oyes un lloriqueo de un niño pequeño, seguramente al haberse perdido entre tanto gris.
Levantas la cabeza y miras hacia los lados en busca de algo de color.
Y entonces lo ves. Alguien te está mirando entre todo gris.
Esa persona tiene color, y te está mirando.
Si desaparecieses esa persona se fijaría en que faltas. Te echaría de menos. Le importas a alguien.
Y en ese momento se te ilumina la mirada y sonríes.
Entonces, te das cuenta de que el cielo se ha vuelto azul… De que todo vuelve a tener color… De que ya no eres gris.



martes, 26 de noviembre de 2013

Arma de guerra



He visto pájaros de guerra caer a mis pies y sumirse en el fuego más sonoro. He visto miles de armas sujetas a cadáveres inertes y pálidos. También he visto a niños llorar a lágrima viva antes de ser fusilados ante la mirada de todos.
Compañeros míos han salido volando en miles de pedazos  por culpa de bombas que no deberían estar donde estaban.

Cada día piensas que va a ser el último, que ese día no caerá nadie de los dos bandos. Pero no es así. Nunca lo es.

Y piensas que al volver a casa todo acabará, que volverás a ser feliz con tus hijos y con tu familia.
Pero los horrores de la guerra te persiguen.

Tus hijos crecen y al volver no te reconocen. Te pierdes su primera palabra, su primera canción, su primer día de colegio…
Tu pareja parece perdida. En su frente encuentras arrugas que antes no estaban ahí. Cada arruga es un día que ha estado preocupada por ti. Y hay miles y miles.
Y tú empiezas a tener pesadillas. Las caras de los civiles te persiguen… Y te perseguirán hasta que mueras.
Al final la guerra nos destroza a todos por igual.

Nunca podrás decirle a tu hijo que eres una buena persona, porque ambos sabéis que no es así.
En ocasiones ni siquiera serás capaz de mirarle a la cara porque recordarás a ese chiquillo que te miraba, suplicando por su vida mientras tú le apuntabas con un arma a la cabeza antes de abrir fuego.

Llorarás. Llorarás hasta dormir. Y en cuanto cierres los párpados volverán las pesadillas. Y ese niño te perseguirá con la mirada. Preguntándote por qué lo hiciste.
Y tú, tú no serás capaz de responderle.

Y así, de un momento para otro te das cuenta de en qué te has convertido. Eres un ser aborrecible. Es más, un arma de matar. Un asesino legal.
Eres un héroe para tu país y todos te ven así. Pero tú sabes que no. Y eso ya no va a cambiar. Si todos supiesen lo que has visto te aborrecerían como te aborreces tú.


Y ahí te quedas. Con la mirada perdida.
Intentando borrar imágenes y voces que no desaparecerán nunca.
Sabes que eres un monstruo. Un arma de guerra.
Y eso te marca para siempre.

martes, 19 de noviembre de 2013

Fantasma del autobús



Me suelo escapar de casa, y en algunas ocasiones falto también al instituto. 
Algunos creeréis que voy a cualquier lado de 'malote' pero en realidad, lo único que hago es andar hasta una parada del autobús y subirme a este. Suena raro, pero eso me tranquiliza.
Miro por la ventanilla pensando en mis cosas, otras veces me gusta mirar a la gente y escucharla. Y al final suelo acabar fijándome en cosas que para el resto pasan desapercibidas. Creo que es un don o algo así.

Algunos días suben dos niños pequeños. Parecen hermanos, pero en verdad, son solo amigos. Él es hijo de la mejor amiga de la madre de la niña, que falleció en un accidente de tráfico hace unos meses. El niño iba en el asiento de atrás durmiendo, y no se enteró de nada.

Y esa joven con pintas de modelo, una chica barbie muy glamurosa, toda bien vestida con capas de ropa de varios tonos y texturas, oculta bajo el maquillaje unas ojeras de no haber dormido, y bajo toda esa lujosa ropa hay un cuerpecillo muy delgado, más muerto que vivo.
Ella mira a los lados, buscando su chico perfecto, mientras piensa que debería ser más delgada para encontrarlo. Más “perfecta”.
En lo que ella no se fija es que, dos asientos más atrás se sienta un chico con cascos azules y nariz respingona. Este no deja de observarla de arriba a abajo. Pero ella parece no fijarse, parece estar muy ocupada con sus pensamientos negativos y autodestructivos.

Hay un colegio enfrente de una parada y se suelen subir un grupito de chicas, de las cuales, una se aleja de las demás.
Todas las chicas hablan quejándose de todo pero hay una voz que se escucha más, y al final todas callan para oírla. Parece que es la jefa de todas.
Suele llevar pantalones cortos incluso en invierno, o leggins con los que se le nota todo. Tiene un tono algo pijo incluso unas mechas rubias que desentonan con su pelo castaño y siempre lleva las uñas pintadas.
Empieza diciendo que si un chico le gusta, si no se fija en ella... Y acaba diciendo que se corta las muñecas por él y solo él. Seguidamente enseña sus muñecas, con marcas más que de cortes de arañazos de gato.
Algunas personas del autobús se escandalizan y a veces señores mayores han estado a punto de saltar al oír semejantes cosas.
Nadie parece fijarse en la chica apartada de los demás, con la cabeza mirando al suelo mientras tararea una nana. Se agarra con los dedos la camiseta de manga larga que siempre lleva, incluso en verano sin aire acondicionado. Intenta ocultar los cortes de sus muñecas, cada vez más profundos.
Sabe, que si un día desapareciese nadie se fijaría en que falta. Cada día es más gris para ella...

Y ese chico que va con un bolso y ropa de mujer. Todos le miran mal y rehuyen de su mirada. Nadie se fija en las lágrimas que aparecen en sus ojos, y nadie sabe lo mal que lo ha pasado en su familia, desde que a los 14 años admitiese que se sentía mujer.
No tiene amigos y nadie quiere pagarle la operación de cambio de sexo.
Seguramente a las noches llora, se enjuaga en su almohada mientras dice: "Mañana estaré bien."


 
En lo que nadie se fija es en mí. Soy una sombra que está en un lugar fijo, un fantasma inmóvil. 
Todo pasa a mi alrededor y yo no puedo hacer nada para cambiarlo. Los días van y vienen y lo único que cambia es el número del día en el que estamos.
Ahora que ya me conoces no intentes entenderme, soy inexplicable, no te pongas a buscarme soy indetectable, no intentes copiarme soy inimitable, pero no puedo estar siempre así, eso es algo inaceptable.







martes, 12 de noviembre de 2013

Diario de una princesa. Prólogo.



Seguramente esta historia os habrá parecido una chorrada, pero, por decirlo de alguna forma es mi historia.
Soy Lara, pero para nada soy una princesa ni nada de eso.
Crecí en una familia muy humilde y pura. Cada noche rezábamos antes de cenar, íbamos a la iglesia los domingos...
Yo en la iglesia solía prestar atención, hasta que un día a la salida me encontré con otra chica de mi edad. Nuestros ojos se cruzaron y entonces todo cambió para mí. Empecé a pensar en ella todos los días, y todo me recordaba a Cala.
Solíamos quedar a las tardes y nos íbamos por ahí. Éramos muy buenas amigas, y a mis padres les gustaba Cala, pues era muy agradable a la vista.
Un día quedé con Cala para pasear por la playa a la noche. En un momento ella me agarró de la mano. Yo la miré y ella me dijo que le gustaba. Yo le dije lo que sentía por ella. Y le pregunté si era normal que me sintiese así por una chica.
Ella me abrazó y me dijo que, al menos en la sociedad en la que vivimos, es normal. Pero antes esto no se respetaba. ¿Sabéis lo que es eso? No poder amar a quien quieres. Es horroroso.
Oculté mi homosexualidad días, semanas, y después meses.
Mis padres no sospechaban nada de Cala y de mí.
Un día invitaron a Cala a comer.
Ella llevaba días insistiéndome en que se lo tenía que decir a mis padres cuanto antes, que eso sería lo mejor para ambas.
Me levanté en medio de la comida y dije que tenía algo importante que decir. Ahí lo dije todo, con Cala delante, que me miraba con una sonrisa enorme mientras mis padres abrían mucho los ojos.
Mis padres se levantaron y me llamaron de todo. Me echaron de casa y de la familia.
Desde entonces vivo con Cala en su pequeño piso alquilado. No será tan grande como mi casa, pero es mi hogar. Y yo soy feliz con ella.

Creé la historia de princesas para que todas las niñas supiesen que es normal amar a alguien de cualquier forma. No tiene que haber un príncipe para que sea un final feliz.
Esta va a ser mi última nota de Diario de una princesa.
Amad a quien os quiera de verdad y quitaros complejos. Todas sois princesas, seáis como seáis y os guste quien os guste.
No lo olvidéis nunca.
Os quiere,
Lara

martes, 5 de noviembre de 2013

Diario de una princesa III


Amanecía nublado. Apenas se veía el sol entre los grises y oscuros nubarrones. Así fue la mañana el día de mi boda con Gabriel.
Él parecía feliz de poder casarse conmigo al fin y poseer todas las tierras de mi reino, además de a una joven guapa que le daría unos rosados niños.


Me desperté con la almohada húmeda después de haber pasado la noche llorando. Tenía unas ojeras enormes y en mis labios no había ningún atisbo de sonreír.
– Acaban de expulsar a Cala de su reino. Tiene prohibido acercarse al palacio y mucho menos de gobernar. Se ha convertido en la deshonra de su familia después de lo del baile, en la oveja negra. Su nombre no saldrá en el libro de familia y su cara será borrada de todos los cuadros. Menos mal que a ti no te hemos hecho eso, eh hija –dijo mi madre al verme por el pasillo andando somnolienta –. Anda, vete al baño y lávate esa cara, que en breves traerán tu vestido.


Las horas siguientes fueron un calvario para mí. Cada vez se acercaba más  mi nueva vida de princesa casada.
Y de repente estaba dando pasos hacia el altar de la pequeña capilla del palacio.
No quería mirar a nadie. Ni a mi madre, que daba la batalla por ganada, ni a mi padre que me agarraba del brazo forzando una sonrisa imposible, ni a Gabriel, que me observaba acercándome poco a poco a él.
Al final acabé con la mirada agachada, viendo mis pies dentro de los blancos zapatos.  Mirando como a veces estos titubeaban un poco a la hora de continuar con el andar.
– Corten la boda. Esto no puede seguir así.
Era Cala quien nos miraba desde atrás del todo. Había conseguido despistar a los guardas del palacio y se había colado.
La miré y mis ojos se empañaron. Pensaba que no la iba a volver a ver nunca más. Pronuncié su nombre varias veces en voz alta y me solté de mi padre.
– Hija, ¿vas a irte con este engendro de la naturaleza y dejar que nos deshonren a todos o a hacer lo que tienes que hacer por el bien de todos?
Era mi padre quien había alzado la voz.
Yo me giré y le miré, seguidamente empecé a andar hacia Cala.
– No te atreverás a dejar mal a toda nuestra pura estirpe– Mi madre gritaba con ojos de loca–. ¿Serías capaz de abandonar a quienes te han criado? ¿De darlo todo por ella? ¿De quedarte sin hogar, sin reino, incluso sin padres?
Toda la capilla enmudeció ante mi respuesta.
– Sí.
Cala me miró.
– Las personas que te rechazan como lo que eres, las que te llaman engendro, las que te obligan  seguir el camino que no quieres. Esas personas no son tu familia. La familia te tiene que querer en los buenos y en los malos momentos.
Eché a llorar tras lo que dijo mi amada y corrí hacia ella, pero mi padre me paró, agarrándome por los brazos.
– Hija… Si tanto la quieres… Vete con ella, pero antes danos a nosotros, tus padres, todo lo que te hemos dado. Tu lujoso vestido de diamantes, los zapatos blancos que llevas, la diadema y tu pelo, ese que nos costó que creciera y al que estuvimos cuidando con esmero a base de geles.


Gruesos lagrimones bañaron mi mejilla mientras me cortaban mi melena y me desnudaban. Pronto de mi larga melena no quedaba nada más que unos cuantos pelos en el suelo y en mis hombros.

Mi padre me despidió con la mirada y mi madre ni siquiera me dijo adiós cuando me marché desnuda de la mano de Cala. Alejándome de todo.

Creo que nunca más los volveré a ver.


Sé que mi vida me costará mucho más a partir de ahora, pero estoy con la persona que quiero y que sé que me va a apoyar en todo pase lo que pase.

Tendremos que sobrevivir a todo esto. A lo mejor algún día vuelvo a ser feliz.


Qué digo, ahora mismo soy la persona más feliz de este mundo.

Lara


martes, 29 de octubre de 2013

Diario de una princesa II

Ojalá no fuese así. Ojalá fuese otra persona y no el ser abominable en el que me he convertido.
Engendro. Esa palabra se repite en mi cabeza. Es lo que soy, un engendro de la naturaleza simplemente por amar a quien no debo.
¿Tan malo es el amor hacia alguien?


El baile fue una locura. Una estupidez, diría Yaya.
Era una noche oscura. Oscura y perfecta para un baile así. Las estrellas brillaban poco menos que la enorme luna creciente que había en medio del cielo.
Yo estaba nerviosa, moviéndome de un lado a otro, procurando que todo saliese bien.
A las seis en punto fueron llegando caballeros, marqueses, príncipes y sus damas disfrazados.
Algunos simplemente llevaban una máscara que apenas cubría su rostro mientras que otros se habían vestido de todo tipo de personajes extraordinarios.
Entre todos estos seres se encontraba el príncipe Gabriel. Iba vestido de azul y blanco de pies a cabeza. Su cara lo ocultaba una máscara que bien podría ser de un caballo como de un perro. No paraban de mirarme él y todos los invitados con cierto disimulo, pero pese a eso me daba cuenta. No me quitaban el ojo de encima hasta que llegó ese Duque al que nadie parecía conocer.
Se hizo llamar Duque del Mar Celeste porque iba vestido completamente de este color.
Lo primero que hizo al llegar a la sala fue mirar a los lados e, ignorando por completo a todos los presentes, se dirigió a mí y me hizo una hermosa reverencia.
Entonces, tras esa máscara de gato y bajo el enorme sombrero que ocultaba sus cabellos reconocí los ojos de Cala.
– No sabía que te ibas a disfrazar tan bien –Dije con una sonrisa en la boca–. ¿Bailamos?
Cala no dijo nada y miró a sus lados, temiendo que la hubiesen reconocido. Todos los presentes nos estaban mirando, a ver que hacíamos.
Empezamos a bailar. Sólo se oían nuestras respiraciones en la música, pues nadie se movía. Apenas pestañeaban.
Cala se sentía llena de energía y se acercó a mis padres, que se encontraban en primera fila mirándonos atónitos.
– Soy el Duque del Mar Celeste y vengo a pediros la mano se vuestra hija– Les dijo Cala mientras ponía la voz más masculina que sabía poner–. Me gustaría llevarla a mi país y casarla.
Cala bajó la cabeza, pero el destino se volvió en nuestra contra e hizo que se le cayese el enorme sombrero, dejando a relucir unos cabellos largos y negros. Muy negros.
En ese instante las personas enmudecieron. Los músicos dejaron de tocar. Se empezó a oír en susurros que era Cala. Gabriel nos miró y seguidamente salió de la sala corriendo, no quería saber más del asunto.
Cala se quitó la máscara y, mirando a mis padres a los ojos dijo:
“Amo a Lara. Ella lo es todo para mí” y, seguidamente, se giró y mirando a sus padres les dijo que era única, y que estaba enamorada de mí. Que no la insultasen pues era otro tipo de amor.
Yo salté al oírla decir esto y dije que también la amaba y que también me quería casar.
Ahí mi madre empezó a llorar. Los padres de Cala se la llevaron a rastras mientras ella gritaba y pataleaba diciendo que no era malo amar a alguien.
El baile se disolvió en apenas unos minutos y me quedé sola. No me había movido del sitio donde estaba.
Y lloré como nunca lo había hecho.
Mis padres se fueron gritando enfadados dejándome ahí. Después vinieron y me llevaron a mi alcoba.

Mañana celebraremos mi boda con Gabriel, pues a este ha parecido no importarle mi comportamiento en el baile diciendo que son “chorradas” que se pasan en cuanto uno se casa.
A partir de entonces estaré obligada a ser buena esposa para él y a, algún día, gobernar el reino.
Creo que no voy a volver a ver a Cala, o al menos eso intentarán mis padres.
Me han obligado a no mantener relaciones con cualquier otra mujer. No me escuchan cuando les digo que yo solo mantendría relaciones con Cala.
Algo en su mirada dice que les avergüenza una hija como yo.

Y es cierto, sólo soy un engendro. Y los engendros no deben de existir.
Lara

martes, 22 de octubre de 2013

Diario de una princesa I

 


Desde que nací he sido princesa.
Día tras día estoy en la corte retenida, aprendiendo a controlarme.
Desde pequeña me han enseñado qué o qué no hacer. Todo está apuntado en el Libro Sagrado de las Normas.
He aprendido a llevar libros en la cabeza, a comer sin eructar, a ser grácil como un cisne y a ser una señorita. Soy capaz de llevar todas las normas a rajatabla. Menos una.
Norma 153: Toda princesa deberá encontrar a un príncipe de un reino lejano que acepte a ser su marido y futuro rey del lugar.




No es que no haya príncipes cerca de mi reino, ni que mis padres se nieguen a casarme(es mas, lo desean fuertemente). Sino porque yo no quiero a ningún príncipe, sino a una princesa. Se llama Cala, me saca dos años.
Posee los ojos más profundos que he visto en mi vida y tiene unos labios finos que me encantan besar. Su pelo es negro como el carbón y bastante ondulado. Me encanta acariciar su rostro cuando la veo.
Los sábados nuestros padres suelen ir a una gala de reyes y reinas y nosotras quedamos para pasear juntas por el mar.
La última noche me senté en las rocas a mirar las estrellas y Cala me miró con dulzura. Se agachó y pasó su mano por mi mejilla.
Entonces una voz en mi interior me dijo que la besase.
Y eso hice.
Sentí que volaba por las nubes para luego caer a su lado.
Desde entonces llevo soñando con ella.
Nos amamos y ambas lo sabemos.
Ese es el problema. Que nos queremos y no podemos estar juntas.

Si nuestros padres se enterasen montarían en cólera y nos desterrarían para siempre.
Ya me lo dijo Yaya, mi niñera.
No te pueden gustar las mujeres. Tú eres una mujer, y toda mujer necesita un hombre. Dios nos ha creado así. Y mira mi niña, tú te casarás con un príncipe y tendrás hijos. Y serás feliz. Es el ciclo de la vida que Dios ha creado, no lo puedes cambiar.
Ojalá siguiese viva ahora, me abrazaría y me diría que todo se iba a solucionar. Que todos los cuentos tienen un final feliz.


Ahora que lo pienso, no he dicho quien soy. Mi nombre es Lara de las Rosas. Soy hija de Don Fernando XXI y de Doña María Azucena.
Tengo el pelo castaño como Madre, y los ojos claros como Padre.
Soy todo lo contrario a Cala. Ella es la dulzura en persona. Es el Sol. Yo soy la Luna.
Hay gente que dice que dos personas distintas no pueden amarse, porque no se parecen en nada y la convivencia sería dura.
Yo opino que el Sol y la Luna, pese a ser opuestos y distintos forman un hermoso día.

Mis padres me quieren casar con Gabriel, el príncipe del reino vecino.
Se que están tramando que, en la fiesta de disfraces de mañana Gabriel se me declare, y yo me sienta presionada por todos y le diga que sí.
Lo que mis padres no saben es que yo guardo un As en la manga, y que hay alguien dispuesto a luchar por mí y por nuestra felicidad.
No se que pasará mañana. Lo que se es que mi vida va a dar un vuelco por completo.
Lara

martes, 15 de octubre de 2013

Almas.

Se dice que dentro de cada persona hay un alma y que, al morir, esta se va a buscar otro cuerpo.
Las almas no se pueden ver ni oír.
Para escucharlas hay que mirar a los ojos a las personas. Mirarlos profundamente. Intentar ver más allá que el color de ojos.
Y poco a poco empezarás a distinguir cosas.
Empezarás a ver a esa persona con otros ojos.

-Soy alcohólico. La bebida es mi única amiga.
-Me llamo Alba, me veo gorda, fea. Horrible.
-Empecé a fumar por depresión. Ahora estoy hecha una mierda.
-También sueño, también soy humano.
-Soy monja. Llevo encerrada en un convento desde los 12 años.
-¿Por qué no puedo amar sin esconderme?
-Soy adicto al sufrimiento.
-Me llamo Carlos, aunque mi nombre de nacimiento es Carla.
-Soy Maria. Tengo 16 años. Estoy embarazada. Mis padres no lo saben.
-También necesito amor, no burlas.
-Me llamo lucia y amo a otras mujeres. Mis padres me llaman engendro.
-Mi mamá está llorando porque mi papá la ha pegado.
-Soy analfabeto.
-Mami, tengo miedo.
-¿Qué te hice? ¿Por qué no puedes aceptarme tal y como soy?
-Mi padre es negro. Mi madre blanca.
-Tengo alzheimer. En breves me olvidaré de todos.
-Me llaman puta porque han colgado una foto de mis pechos en internet. Todavía no se lo he dicho a nadie.
-No me discrimines.

Hay que mirar a las persona con otros ojos. Así comprenderemos en que hemos fallado.
En qué ha fallado la humanidad.
Discriminación. Guerras. Hambre. Malos tratos. Sufrimiento. Dolor.
Poco a poco nos vamos autodestruyendo por dentro.
A este paso las almas no tendrán cuerpo en el que cobijarse.


sábado, 5 de octubre de 2013

Bajo la llama de una vela



La joven encendió cuidadosamente las velas de colores que le habían regalado por Navidad.
Pronto una hermosa fragancia nubló el pequeño piso alquilado de Madrid.
Una a una fue apagando todas las luces. Y, al cabo de unos segundos, las habitaciones bailaban con luz propia al ritmo al que la llama de cada una de las velas parpadeaba.

Ella se acurrucó junto a la vela de olor a lavanda.
Sus ojos melosos empezaron a brillar con una fuerza hipnotizante que se movía de un lado para otro serpenteando el aire.
La muchacha empezó a fantasear con las cosas sin dejar de mirar la llama.

Ojalá apareciese en su vida un chico joven. Poco mayor más que ella.
Guapo y que atrajese la mirada de las demás mujeres al pasar por la calle.
De pelo rubio y de ojos de un profundo color azul.
La nariz normalita. Ni muy grande ni muy pequeña.
Que poseyese un cuerpo atractivo del que tuviesen celos hasta los hombres.
Le gustaría haberle conocido en las fiestas de su pueblo.
Que él la hubiese invitado a bailar toda la noche y que hubiesen acabado acurrucados mirando la mar.
Que mientras ella mirase el mar él le cogiese de la barbilla y que la besase.
Desearía que ahora mismo ese joven llegase corriendo y abriese la puerta de su casa de par en par.
Que fuese corriendo a abrazarla y a besarla. Y que le dijese un 'cariño, ya compré los billetes para viajar a Paris. Prepara las maletas que nos vamos.'
Pero nada de eso pasó.

Las llamas seguían moviéndose, agotándose. Y, poco a poco, los ojos de la chica se fueron cerrando hasta que se quedó dormida.


Al cabo de un rato la puerta del hogar se abrió.
El chico miró a los lados sin ver nada. Todo era oscuridad.
Apoyó los brazos en la pared e intentó dar al interruptor.
Entonces la vio.
Vio como una llama se movía a punto de apagarse hasta que la corriente producida por la puerta la terminó por apagarla del todo.

Una a una las luces de la casa fueron encendiéndose.
El chico fue a recoger la vela que lo había aguantado casi todo.
Y entonces la vio.
Recostada en un viejo sillón verde de su padre dormitaba la joven.
Se acercó a ella y la besó en la frente.
Vio que estaba helada y fue a la cocina a preparar un buen chocolate caliente.

El sonido del microondas la despertó del sueño en el que estaba.
Al abrir los ojos la luz la cegó un rato y al volverlos a abrir le vio trayendo una taza de Queen, su grupo favorito.
Le miró a los ojos. No los tenía azules, sino de un tono pardo.
La nariz era fabulosamente imperfecta y el pelo oscuro hacía resaltarla.
-Toma, te traje esto. Estás muy fría.

Se conocieron gracias a unos amigos y él poco a poco se le había ido acercando a ella. Hasta que, un día en el Telepizza se acabó lanzando. Y su primer beso supo a pizza barbacoa mientras sonaba la canción "Bad medicine" del mítico Bon Jovi.

Él nunca sería rubio.
Nunca tendría ojos en los que se pudiese ver el mar.
Ni un cuerpazo como Mario Casas. Es más, estaba un poco gordito.
Jamás le mirarían las demás chicas en la calle.

Pero eso a ella le daba igual.
Tenía a alguien maravilloso a su lado y, en esos momentos, era lo único que importaba.


martes, 24 de septiembre de 2013

Niño mariposa III: Mariposa.

Guille estaba asustado.
La crisálida había desaparecido, y con ella la oruga. Todo su mundo, todo lo que había cuidado desde que murió su madre.

Sus ojos se volvieron a oscurecer y empezaron a derramar lágrimas que caían como goterones sobre su ropa.

Eli se fue triste de la casa de su amigo. Al bajar las escaleras vio al padre de Guille. No estaba bebiendo nada de nada. Parecía muy agotado.
Sostenía una hoja en sus manos en la que él mismo había escrito que había dejado de beber por su hijo. Para que volviese a tener un padre al que poder llamarle tal cual.
Ella sonrió al ver esa escena. Por fin lo malo había pasado.
Casi había salido ya de la casa cuando un grito de Guille llamó su atención.
-Eli no te vayas, mira esto.
Otra vez subió las escaleras, pero esta vez a trompicones. Guille estaba en la puerta del cuarto de sus padres, bueno, del de su madre, ya que su padre ya casi ni dormía.
Al verla llegar le hizo un gesto y abrió la puerta despacio.
Revoloteando sobre el tocador de su madre estaba una mariposa de color celeste. Ninguno de los niños se sabían tantos adjetivos hermosos que pudiesen expresar tal deslumbrante belleza.
-Sus alas son del mismo color que tus ojos Guille…-Dijo sorprendida Eli- ¿Qué hacía aquí?
El niño se miró en el espejo del tocador y así era. La mariposa se parecía a él. Ahora lo comprendía todo.
-La mariposa huyó de la realidad, se refugió en su mundo. A veces, simplemente, tenemos que crear nuestro propio universo.

Guille fue a coger la mariposa con sus manos, pero se detuvo.
Si le tocaba las alas dejaría de volar inmediatamente. Y moriría.
No iba a quitarle lo más preciado que tenía. Todavía le quedaban muchas horas de vuelo y de vida. Y de felicidad.

Y allí estaba revoloteando.
Parecía una flor con alas. Un sueño perdido. Una ilusión olvidada.
Eli miró a Guille, que estaba de pie mirando la mariposa, y este le devolvió la mirada.
Ella le hizo unas señas y Guille asintió con una cara larga. Se levantó y junto a Eli se dirigieron a la ventana.

Cada uno abrió una ventana de par en par y seguidamente observaron a la mariposa.
Esta empezó a volar con fuerza. Se acercó a la ventana y salió por ella.
Alejándose del tarro. Del cuarto. De todo lo que le había ayudado a seguir adelante.
Ellos observaron como una mota azul se alejaba hasta desaparecer de la faz de la Tierra, aparentemente.
La ilusión se fue. El sueño desapareció.
Viendo como la mariposa desaparecía en el horizonte Eli le cogió de la mano a Guille y le susurró una cosa al oído.
 No temas las tempestades, ni las tormentas. Tú puedes volar más y más. Eres una mariposa. No lo olvides. Bate tus alas y vuela, pequeño.




lunes, 16 de septiembre de 2013

Niño mariposa II: Crisálida.

Guille llegó corriendo del colegio,  temiendo que los demás le hubiesen perseguido como últimamente acostumbraban a hacer.
Al entrar en casa vio que su padre estaba borracho durmiendo en la cocina. Apestaba a vodka y a whisky del barato. En la mano sujetaba una foto de su madre.

Mamá.
Esa palabra surcó la mente del pequeño.
En cuanto ella murió, su  padre empezó a beber para olvidar, y si no conseguía evadirse de la realidad, tomaba más y más hasta caer casi en coma en el suelo de los bares.
Pensaba que al final de cada trago se olvidaría de todo. Que desaparecería de su mente.
Pero no era así y se volvía a llenar el vaso.
Los niños del colegio se reían del que, en su tiempo, había sido el mejor padre del mundo.

El día oscuro en que enterraron a su madre la oruga se encerró en una hermosa crisálida. Y así llevaba desde entonces. Oculta en su propio mundo, temiendo que al salir no la aceptasen.
Guille había cogido la costumbre de, nada más llegar a casa, contarle a la crisálida como había sido su día. Lo que le llamaban los demás a él y a su padre, que estaba solo en los recreos, que tenía miedo…
Le daba igual que la oruga no lo escuchase,  él tenía que desahogarse.


-Bueno niños, aquí os presento a una alumna nueva. Se llama Elizabeth, espero que os portéis bien con ella aunque llegue en mitad del curso.
Estas fueron las palabras que dijo la profesora al mes del entierro.

Mamá.
¿Dónde está mamá? Papi, ¿le ha pasado algo malo?
Palabras perdidas surcaban la mente de Guille hasta que alguien le despertó de su mundo.
-Niño, ¿cómo te llamas? Yo soy Eli, la nueva- Una sonrisa de dientes de marfil le miraba curioso.
El pequeño la miró a los ojos sorprendido. Tenía un ojo azul y otro verde.
-Guille. ¿Por qué tienes los ojos así?
La niña soltó una carcajada y se acercó a él.
-Soy una bruja. Con un ojo veo el pasado, con otro el futuro y con ambos veo el presente. Me caes bien, creo que hoy no te comeré- La niña soltó una carcajada propia de una película de terror de los años 60.
Él la miró con los ojos muy abiertos, no porque se hubiera creído esa broma, si no porque esa niña era la primera que le hablaba desde hacía semanas.

Guille seguía apartándose a un rincón cuando había recreo, pero ahora tenía a alguien a su lado, capaz de dar la cara por él y defenderle ante cualquier cosa. Tenía una amiga de verdad.
Y eso fue todo lo que necesitó para que, a la semana, volviese a ser el niño sonriente que era antes de que acaeciese la pesadilla.
Ya no pensaba tanto en su madre como antes. La seguía queriendo y añorando, pero tenía que avanzar en el camino de su vida.

El padre de Guille empezó a intentar beber menos, pues, después de múltiples amenazas en el trabajo, le estuvieron a punto de echar.
Seguía bebiendo, pero cada vez bebía menos.
A veces Guille le pillaba llorando en la cocina, y siempre mirando la foto de su madre. Esa foto que se sacaron en la primera cita.
Ella salía sonriéndole a la cámara y él la miraba con ojos de loco enamorado. Parecía que la iba a besar en cualquier momento.

Guille se fue alejando de la crisálida, aunque la seguía cuidando con cariño.
Un día decidió que ya era hora de mostrarle a su amiga su bien más preciado, ese pequeño animal que se había encerrado en su propio mundo.
Eli llegó a casa de Guille entusiasmada por qué sería aquello. Subió las escaleras despacio y se adentró en la habitación del niño.
Senado en la cama, con piernas cruzadas, Guille lloraba mientras sostenía el tarro. Ella carraspeó para hacerse notar y él se enseñó un tarro vacío, sólo quedaban un puñado de hojas resecas en el fondo.
-No está… La crisálida no está… Ha desaparecido.



lunes, 9 de septiembre de 2013

Niño mariposa I: Oruga.

-Mira mami, un gusanito.
-Hijo, venga, llegaré tarde al médico y tendremos que esperar.
El pequeño recogió el pequeño bicho en sus regordetas manos infantiles y corrió hacia su madre, que no se había detenido en ningún momento.
Está se paró y empezó a toser fuertemente. Llevaba meses así y últimamente empezaba a empeorar.

En la sala de espera Guille se puso a jugar con el gusano. Era de color  verdoso, tenía unos ojos negros.
Su madre le preguntó si lo podía coger, y pronto el animal cambió de manos.
-Hijo, creo que es una oruguita pequeña como tú. Pronto se convertirá en una hermosa mariposa, pero antes tiene que crecer.
A Guille se le iluminaron sus ojos azules y sonrió. ¡Una mariposa! Tenía una futura mariposa en sus manos.
-Señora García Versalles, pase, le toca su turno.


Al entrar el doctor la pidió que se sentase. Tenía mala cara. Algo había pasado.
La madre de Guille le pidió que saliese un momento y este la obedeció sin rechistar.
En su bolsillo asomaba un gusano impaciente por oír la respuesta, como él.

Al principio solo se oyeron voces y palabras largas de raros significados.
Luego vinieron los lloros. Y las toses.
Otra vez las malditas toses.


En casa su madre lloraba en la cama. A veces se levantaba y daba vueltas por el cuarto, pero llegó un momento en el que ya no tuvo fuerzas ni para reír.
Era como si la estuviesen comiendo por dentro. Cada día más delgada, más ojerosa, más pálida…
Guille se empezó a encerrar en sí mismo.
No quedaba con los amigos por temor a que su madre se pusiese peor y él no estuviera en casa. Si eso pasaba toda la culpa sería suya. Toda.
Su padre solo tenía ojos para el trabajo y llegaba a veces a altas horas de la noche, y todo por un jefe que cobraba más que el doble que él y que le retenía ante todo.

En el cuarto de Guille, el del final del pasillo, en un tarro de mermelada de fresa ya acabada y sin etiqueta había metido a la oruga con flores y hojas del parque, que se iban marchitando poco a poco como su madre.

Hubo un momento en el que todo decayó, y una noche tuvieron que llamar a la ambulancia.
Guille llegó al hospital con un tarro bajo el brazo. La oruga, dormida, iba en él.
Su madre fue encerrada en un cuarto bajo la vista de los doctores y Guille se quedó sólo con el tarro y su padre.
Este no paraba de dar vueltas y cada cierto tiempo, miraba su reloj de pulsera murmurando palabras que hacía que a Guille se le saltasen los ojos de sus pequeñas órbitas.
Guille se acurrucaba una y otra vez en los incómodos asientos con el tarro en los brazos. La oruga, ya despierta, comía y comía, sin mirar a los lados, ignorando todo lo malo. Como si no quisiese escuchar lo que pasaba a su alrededor.
-Oruguita, yo se que mamá se pondrá bien. Un día iremos todos al monte, para que veas los árboles más grandes que hay. Y mamá será la de siempre. Y papá llegará pronto del trabajo sonriendo. Y todo volverá a ser como antes.

Pero Guille se equivocaba.
Esa fría noche de abril murió una esposa. Una madre. Una persona.
Y los ojos de Guille se oscurecieron hasta parecerse a los de la oruga, perdiéndose en el limbo.

Siguiente parte


lunes, 2 de septiembre de 2013

Algún día.

Algún día te darás cuenta de lo que perdiste y de lo que ganaste.
Algún día contarás las estrellas fugaces fallidas.
Algún día te acordarás de los caidos, de los olvidados
    de los buenos y de los malos.
Algún día dejarás de esconder la cabeza y mirarás alto buscando estrellas.
Algún día te darás cuenta de que alguien te amó y que eso significa que otros te amarán.
Algún día sonreirás recordando todo esto.
Algún día.

lunes, 5 de agosto de 2013

Sonrisa acartonada.



Ella volvió corriendo a casa.
Al subir los escalones del portal se tropezó debido a la herida que tenía en la rodilla después de la patada.
Ya en el ascensor, miró su imagen, muy descuidada ultimamente.
El pelo lo tenía grasiento y las ojeras se le marcaban mucho debido a todas esas noches sin apenas dormir.

Abrió la puerta de su casa con la mano izquierda. La derecha estaba vendada.
La casa estaba vacía. No se oía nada. Parecía una película de terror.
Pero a ella le daba igual.

Corrió cerrando la puerta tras de sí.
Dejó la mochila en la puerta de su cuarto y se encerró en él.

Se desnudó delante del espejo.
Recorrió con sus dedos cada moratón. Cada pinchazo. Cada patada y cada puñetazo.

Se puso el pijama largo con cuidado  y con maquillaje tapó las heridas que resaltaban en su piel.

Cogió el libro y lo abrió.
Este estaba muy gastado, pero aún mantenía su olor a nuevo.
Lo abrió por una de las páginas marcadas.
Y allí estaba él.
Con su sonrisa acartonada de dientes de marfil.
Ella se ruborizó.
Abrió otra página. En esta, él era descrito como un chico sonriente de cara al público, pero que ocultaba sus miedos y preocupaciones.
Dos páginas siguientes la llevaron a cuando él conocía a la protagonista de la historia, una chica marginal pero que agurdaba cada día nuevo con una sonrisa.

La jóven sonrió y una lágrima surcó su mejilla,
Cada golpe, cada paliza, cada ematoma y cada noche llorando en silencio cruzó su mente.
Todo le daba igual, porque él la daba fuerzas.
Con esa sonrisa tan imposible de describir y esos ojos verdes.
Con ese pelo tan enmarañado y oscuro.
Solo una imagen valió para que se enamorase.
Solo un libro para que todo lo aguantase.



viernes, 28 de junio de 2013

El vestido amarillo.




Sus oscuros ojos se iluminaron al ver ese gran armario.
El armario de mamá.

Uno a uno todos los vestidos fueron cayendo de las perchas.
Hasta que vio el amarillo limón.
Ese que  había llevado su madre en aquella fiesta del trabajo de papá.
Ese precioso y vivo vestido.

Luego le tocó el turno a la zapatería.
Los mocasines de papá fueron marginados en un rincón hasta que encontró las manoletinas negras de charol.
Sin quitarse siquiera los calcetines, se enfundó la ropa.
Le quedaba un poco grande, pero era normal.

Saltaba. Saltaba libre.
Libre en la cama de matrimonio de sus padres.
Saltaba tan alto que casi podía tocar el techo con sus minúsculas manos.
El vestido se abría y se cerraba al ritmo en el que los muelles rechinaban.
Un zapato salió volando hacia el otro lado del cuarto y rebotó en la cómoda.

Todo era perfecto hasta que su padre abrió la puerta.
Al principio se quedó viendo al pequeño dar saltos.
Pero un profundo odio cubrió su mirada cegándole.
-Estás enfermo. Eres un engendro. No puedes ser hijo mío.
Después todo se nubló, se volvió borroso.


Su madre lloraba en la mesa del comedor y su padre no paraba de moverse y de murmurar a su lado.
Era su culpa, la culpa del pequeño.

Su padre se giró y le susurró algo a ella. Esta asintió y levanto los ojos vidriosos.

Lo arrastraron hacia la bañera sin desnudarle.
En el camino se perdió el otro zapato.
Al principio todo parecía un juego sin sentido.
Un estúpido y absurdo juego.
El pequeño sonreía enseñando los brillantes dientes de leche.
Esa sonrisa se le borró en cuanto vio el objeto cortante que sostenía su padre en la mano.

Fue entonces cuando le tuvieron que sujetar con fuerza.
En toda la casa solo se oían unas palabras.
“No estoy enfermo. No estoy enfermo”. 



domingo, 16 de junio de 2013

El largo pasillo.




La vida es como un pasillo. Un laaargo y misterioso pasillo.
En él, tú tienes que andar e intentar llegar lo más lejos posible.
Al andar te encuentras a personas que, como tú, lo están intentando recorrer.
Esas personas se acaban convirtiendo en conocidos. Amigos. Incluso en seres queridos.
Pero ellos son espejismos. Espejismos que desaparecen en cuanto tú avanzas un trecho.

Verás que esas personas te lanzarán cosas con tal de no quedarse atrás. Intentarán librarse de su peso y de ti.
Te lanzan palos, papeles, piedras Incluso sacos de harina. De esos que pesan mucho.

Algún objeto te rozará y apenas te dolerá. Otros te dan fuerte y te duelen unos metros.
Pero otros te caerán de lleno.  Intentará que abandones la idea de cruzar el pasillo.
Todo vale con tal de que abandones.

Pero tú no eres un cobarde. No eres débil.
Tú pedes aguantar todo. Tú puedes llegar lejos.

En este juego de cruzar el pasillo no gana el que va más rápido. Es más, ese pierde muchas cosas. Entre ellas la vida, antes que tú. Porque llega al final antes.

Se busca al que sea más fuerte. Al que aguante que le caigan miles y miles de objetos encima. Al que soporte tanto dolor, tanto sufrimiento que, aunque no llegue al final haya valido la pena. Porque ha aguantado todo. Incluso más de lo que su cuerpo pudiese haber aguantado.

Y tú eres fuerte.
Tú vas a aguantarlo todo.

lunes, 3 de junio de 2013

Soñemos algo.



Soñemos un “juntos”
Soñemos un “para siempre”
Soñemos algo.

Miremos a la luna.
Negra, como la noche.
Blanca, como la libreta
 donde estoy escribiendo 
estas letras sin sentido.

Bienvenidos a mi mundo.
A mi maravilloso y cruel mundo.
A nuestro cruel y maravilloso mundo.

Soñemos vacíos.
Soñemos a oscuras.
Soñemos en un amanecer.

Simplemente soñemos
que podemos escapar
de este maravilloso
y cruel mundo.
 

miércoles, 29 de mayo de 2013

2 miradas... Él.



Llueve. No me gustan los días así.
No se podía quedar… Ni jugar un partido. Un auténtico asco.
Gafapasta habla, habla.
Y sigue hablando.
X es 23 si y es 76.
Nunca había odiado las mates hasta ahora.

Pffff. Que asco. Lo único bueno era que Gafapasta estaba medio tuerto. Así que la mitad de la clase hacía cualquier cosa menos prestar atención jajaja.
Del fondo oí que me llamaban y al girarme la vi.
Ella mira al cielo oscuro. Los reflejos en el cristal le dan un toque… Fantástico.
Un suspiro sale de mi boca involuntariamente.

La había conocido mucho tiempo atrás, pero con el paso de los años me había... Empezado a gustar.
Estaba enamorado. Lo sabía. Lo sentía.
Siento cosquillas en el estómago y oigo los latidos de mi corazón más rápidos.

Me gustaba. No lo podía evitar.
Pero no. No me podía gustar.
Los chicos salían con buenorras. Yo no podía salir con ella. La única que pasa desapercibida entre las demás.

Salgo con Julia. No lo puedo olvidar.
Había estado ligando con ella para evitar sospechas.
Y en estas todos empezaron a decir que le molaba, que era la que tenía el mejor culo... Y acabé liándome con ella una tarde soleada.
Es horroroso besar a alguien por el que no sientes nada. Es como besar a algo sin vida. Sin sentimiento.

No tengo otra opción.
Si salgo con ella los demás se reirían de mí.
No puedo.


Me mira de repente y nos quedamos así un tato. Hasta que ella se vuelve con la mirada gacha.
De todas formas no la podía gustar.

-Cerrad los libros chicos. Por hoy hemos acabado.

Cierro la mochila rápidamente y me dispongo a salir.
Mierda. La otra clase ha salido antes. Ahí está Julia esperándome.

Iba a irme por otro lado pero ella se me adelante. Mierda.
-Hola cariño. ¿Vamos juntos a casa? Pasado hacemos tres meses. ¡Es la relación más larga que he tenido! Jajaja.




Me vuelvo y la veo recogiendo sus cosas.
Quiero que me vea. Que se fije en mí.
Agarro a Julia y le doy un largo beso en los labios.  Después me giro. Allí está ella. Mirándome. Pero algo no iba bien.
Lo se.

Julia me agarra y sin darme cuenta, en un instante, ya me está volviendo a besar.
Ella sale separándome de Julia.
Solo la veo una fracción de segundo. Está llorando.
La he cagado.

-Lo siento Julia, pero hay alguien que me preocupa más que tú.

Cojo la mochila y bajo dando tumbos las escaleras.
Algunos murmuran que por qué corro.
Otros dicen que voy detrás de “la que lloraba”.


Corro con todas mis fuerzas y llego al patio.
Entre toda la gente la veo yendo hacia la fuente.
La llamo pero parece que no me oye.
Voy detrás de ella.
Llueve. Es más, diluvia.

Le doy en la espalda suavemente, ya que está agachada en la fuente.
Al girarse me mira sorprendida.
 Le pregunto que qué le ha pasado.
Me responde gritando. Roja de ira.
Me llamó orgulloso de mierda. Me llamó gilipollas.
Lo peor es que tiene razón. Lo soy.

Nos quedamos mirándonos bajo la lluvia.
Durante un momento solo oí la lluvia y los latidos de mi corazón acelerándose.

Mando todo a la mierda.  A Julia, a los chicos… Incluso a mi mismo.
La agarro y fugazmente la beso.



domingo, 26 de mayo de 2013

2 miradas... Ella.


Miro por la ventana. Adoro este sitio.
Llueve. El cielo estaba oscuro.  Me gustaba.
No podía estar bajo la lluvia, ya que hay clase.
Como odio a Gafapasta. Que pinta de hipster, madre mía. Y eso que tenía cuarenta años.

-Entonces podemos comprender que la raíz de 121 es 21 por lo que 21 es x.

Resoplo y miro al techo. Azulejo marrón, azulejo gris, azulejo marrón…
Notaba algo raro. Al agachar la cabeza le vi.
Era él. Jorge. El chico más… ¿Guapo? ¿Maravilloso? No tenía palabras.
Últimamente me miraba más de la cuenta.
Noto que me estoy poniendo roja y aparto la mirada de sus ojos oscuros.
Él me gustaba. Aunque era de las normales que no destacaban nada le gustaba a Jorge. O al menos eso decían sus miradas.

Jorge ahora mismo salía con Julia. Antes salió con Isa… Pff.
A este paso yo nunca saldría con él.

Las chicas sabían que le gustaba, pero no lo reconocían. Aunque me miraban con odio.

Se le veía en la mirada. Le gustaba.
Me miraba a todas horas. Le gustaba.
Besaba a todas y me miraba. Le gustaba.
Le gustaba. Le gustaba.
Con saber lo que él sentía, me hacía feliz.

-Cerrad los libros chicos. Por hoy hemos acabado.

Al fiiiiiiiin.
Cierro los libros y los guardo en mi mochila. Al girarme le veo.
Está en la puerta, con Julia. Mirándome.
No la odio. Tampoco me gustaría ser como ella. Es simple, incluso podemos decir que un poco tonta. Aunque tiene un buen tipo.

Jorge me mira con sus ojos negros y se vuelve a ella.
La besa. Un sonoro beso en los labios hace que la lluvia se deje de oír durante un instante.
Se separan y ella le sonríe con su sonrisa perfecta…
Él se gira para mirarme, ignorándola por completo.

Ya no lo aguanto más. Le odio.
Odio que vaya de machito.
Odio que salga con todo lo que se mueve.
Odio su maldito orgullo.

Salgo de la clase corriendo, separándoles, ya que están en otro profundo beso.

Bajo las escaleras corriendo. Él me llama a lo lejos, pero yo le ignoro.
Quiero llegar a la fuente y desahogarme.
Arraso con todos los que están bajando las escaleras. Oigo insultos a mi espalda, pero me da igual y sigo con lágrimas en los ojos.


Llueve. Es una lluvia perfecta.
Llego a la fuente y grito mientras las lágrimas bañan mis ojos.
Noto que alguien me da golpecitos en la espalda.
Me giro y él está mirándome con una cara larga.

-¿Qué te ha pasado? Te he visto salir de clase corriendo.
Parece preocupado, pero no me lo trago.

-¿Quieres saber que me pasa? Que conozco a MI persona perfecta. Que a esa persona le gusto. Pero es un orgulloso de mierda, al que solo le preocupa lo que piensen los demás. Y que, sabiendo que le gusto, que me gusta, no hace más que callar la boca como un gilipollas.

Mierda. Le acabo de soltar todo eso en la cara sin cortarme ni un pelo.
Ya la he cagado.
Empiezo a respirar rápidamente.
Él me mira.
Como siempre.

2 miradas... Él.